Estado de abandono
Tras el ruido de fondo mediático –tan cercano al estruendo circense– y las sonrisas de afiche, los últimos sucesos en relación a la salud pública amenazada por la gripe A H1N1, dejan traslucir lo cotidiano de la desidia oficial y el abandono endémico a que son sometidas millones de personas en nuestro país.
Especialmente, como en el caso de la gripe, cuando el contagio de una enfermedad se relaciona con las condiciones mínimas de higiene, se deja ver lo precario del andamiaje que sostiene al conjunto de instituciones, prácticas y discursos que llamamos “Sistema de Salud”.
La cultura en materia de salud en nuestro país, es una cultura del abandono. El desguace del hospital público perpetrado en la década del 90, la lógica de mercado de la industria farmacéutica, unidos a la precarización de todos los aspectos de la vida social, prefiguran este presente de abandono que amenaza con destruir todo rastro de solidaridad y camaradería, en pos de un suicida “sálvese quien pueda”.
Y, como en todo el mundo, los que pueden salvarse son los estratos más acomodados de la sociedad; los que se atienden en prepagas -que igual los viven- pero que todavía no padecen como el resto, los des-acomodados, los que se cuentan en todas las cuentas al margen.
Si bien las contradicciones de nuestra estructura social cruzan todos los aspectos de la vida y todos los estratos sociales, es en el margen donde estas contradicciones desequilibran la balanza entre la vida y la muerte a favor de esta última.
Las condiciones de carestía y exclusión se cobran la vida de miles de nuestros pibes todos los años en forma silenciosa. Pero la censura se fractura cuando, como ahora, se hacen visibles las condiciones reales en materia de higiene y salud, fruto por un lado, de decisiones políticas y, por otro, de prácticas de riesgo ancladas en nuestra población, que aparecen disimuladas bajo el formato de la costumbre.
La pandemia del hambre y la emergencia humana que supone la marginación y exclusión, no parecen tener la fuerza suficiente para instalar un debate al seno de la sociedad que interpele esta realidad para transformarla. Las reacciones espasmódicas del gobierno se dirigen más a tranquilizar a nuestras asustadizas clases medias que a atacar los problemas de fondo. Ya que, atacar los problemas de fondo, implica poner en cuestión los cimientos mismos del sistema capitalista que este mismo gobierno defiende y justifica.
En las escuelas, el abismo entre los mensajes oficiales y la realidad, es cada vez más profundo. Lo correcto y básico de lavarse las manos periódicamente se mezcla, sin solución de continuidad, con la merienda reforzada del sándwich que se come en el aula y con las manos. Se mezcla también con la falta de jabón y agua caliente y agua, en los baños. Se mezcla con las puertas que no cierran y las estufas que no andan. También con las escuelas en obra y las aulas superpobladas.
Las trabajadoras y trabajadores docentes, arrojadas a su suerte por gobiernos y sindicatos, y arrinconadas en su rol técnico administrativo, hace tiempo que no cuentan con instancias colectivas de debate y decisión que den cuenta de la realidad escolar y que permita reaccionar ante situaciones como la presente. Los emergentes comunes son el ausentismo y la resignación; dos lugares individuales que no sólo no solucionan el problema, sino que dificulta su lectura y complica las posibles vías de resolución.
Lo hermoso del trabajo docente, ese encuentro con el otro, con el saber recién nacido, con la creación; es combatido por el sistema educativo de múltiples formas. Apartadas las y los docentes de su papel como agentes intelectuales, les es negada toda forma de transformación y autotransformación como sujetos del fenómeno de enseñanza aprendizaje y son arrojados al mero transmitir que, incluso, hace tiempo, no funciona ya.
La emergencia sanitaria hace emerger lo real de la pobreza y la exclusión, que no es otra cosa que lo previo a la desaparición social y física. Hace emerger al abandono como marca y como forma de vida. El abandono como estado.
Revertir esto significa repensar las formas de solidaridad. Proponer nuevos lazos sociales, nuevos valores colectivos, donde las necesidades de las mayorías determinen las políticas públicas en materia de salud, educación, trabajo, seguridad. Significa pensar y pensarnos con nuestros alumnos y sus familias.
La amenaza de hoy es la gripe A; la eterna es la pobreza. Pensemos, luchemos.
Tras el ruido de fondo mediático –tan cercano al estruendo circense– y las sonrisas de afiche, los últimos sucesos en relación a la salud pública amenazada por la gripe A H1N1, dejan traslucir lo cotidiano de la desidia oficial y el abandono endémico a que son sometidas millones de personas en nuestro país.
Especialmente, como en el caso de la gripe, cuando el contagio de una enfermedad se relaciona con las condiciones mínimas de higiene, se deja ver lo precario del andamiaje que sostiene al conjunto de instituciones, prácticas y discursos que llamamos “Sistema de Salud”.
La cultura en materia de salud en nuestro país, es una cultura del abandono. El desguace del hospital público perpetrado en la década del 90, la lógica de mercado de la industria farmacéutica, unidos a la precarización de todos los aspectos de la vida social, prefiguran este presente de abandono que amenaza con destruir todo rastro de solidaridad y camaradería, en pos de un suicida “sálvese quien pueda”.
Y, como en todo el mundo, los que pueden salvarse son los estratos más acomodados de la sociedad; los que se atienden en prepagas -que igual los viven- pero que todavía no padecen como el resto, los des-acomodados, los que se cuentan en todas las cuentas al margen.
Si bien las contradicciones de nuestra estructura social cruzan todos los aspectos de la vida y todos los estratos sociales, es en el margen donde estas contradicciones desequilibran la balanza entre la vida y la muerte a favor de esta última.
Las condiciones de carestía y exclusión se cobran la vida de miles de nuestros pibes todos los años en forma silenciosa. Pero la censura se fractura cuando, como ahora, se hacen visibles las condiciones reales en materia de higiene y salud, fruto por un lado, de decisiones políticas y, por otro, de prácticas de riesgo ancladas en nuestra población, que aparecen disimuladas bajo el formato de la costumbre.
La pandemia del hambre y la emergencia humana que supone la marginación y exclusión, no parecen tener la fuerza suficiente para instalar un debate al seno de la sociedad que interpele esta realidad para transformarla. Las reacciones espasmódicas del gobierno se dirigen más a tranquilizar a nuestras asustadizas clases medias que a atacar los problemas de fondo. Ya que, atacar los problemas de fondo, implica poner en cuestión los cimientos mismos del sistema capitalista que este mismo gobierno defiende y justifica.
En las escuelas, el abismo entre los mensajes oficiales y la realidad, es cada vez más profundo. Lo correcto y básico de lavarse las manos periódicamente se mezcla, sin solución de continuidad, con la merienda reforzada del sándwich que se come en el aula y con las manos. Se mezcla también con la falta de jabón y agua caliente y agua, en los baños. Se mezcla con las puertas que no cierran y las estufas que no andan. También con las escuelas en obra y las aulas superpobladas.
Las trabajadoras y trabajadores docentes, arrojadas a su suerte por gobiernos y sindicatos, y arrinconadas en su rol técnico administrativo, hace tiempo que no cuentan con instancias colectivas de debate y decisión que den cuenta de la realidad escolar y que permita reaccionar ante situaciones como la presente. Los emergentes comunes son el ausentismo y la resignación; dos lugares individuales que no sólo no solucionan el problema, sino que dificulta su lectura y complica las posibles vías de resolución.
Lo hermoso del trabajo docente, ese encuentro con el otro, con el saber recién nacido, con la creación; es combatido por el sistema educativo de múltiples formas. Apartadas las y los docentes de su papel como agentes intelectuales, les es negada toda forma de transformación y autotransformación como sujetos del fenómeno de enseñanza aprendizaje y son arrojados al mero transmitir que, incluso, hace tiempo, no funciona ya.
La emergencia sanitaria hace emerger lo real de la pobreza y la exclusión, que no es otra cosa que lo previo a la desaparición social y física. Hace emerger al abandono como marca y como forma de vida. El abandono como estado.
Revertir esto significa repensar las formas de solidaridad. Proponer nuevos lazos sociales, nuevos valores colectivos, donde las necesidades de las mayorías determinen las políticas públicas en materia de salud, educación, trabajo, seguridad. Significa pensar y pensarnos con nuestros alumnos y sus familias.
La amenaza de hoy es la gripe A; la eterna es la pobreza. Pensemos, luchemos.